A la dirigencia uruguaya le gusta afirmar que las celulósicas se instalaron allá porque la corrupción política de este lado del río les exigía altos ‘peajes’; si hubo algo de esto, nunca se sabrá, aunque pudo haber sido, porque la deteriorada moral de cierta clase política lo hace imaginar posible .
Pero las decisiones que toman las empresas solo reconocen una razón: las ganancias, ninguna otra. Y cuando analizan alternativas de inversión, la elegida es la que ofrece mayor oportunidad de maximizarlas. Todo lo demás son especulaciones generadas en el imaginario popular y solo sirven para conformar a los que necesitan ver miserias en los demás para disimular las propias.
No existen barreras éticas para las decisiones de inversión, en el mejor de los casos se adecuan al marco legal que regula la actividad en la que actúan. Aunque sabemos que un buen buffet de abogados hace que la ley diga lo que el empresario que paga sus honorarios quiere que diga.
¿Por qué en Uruguay y no en Argentina? La única razón valedera: les era más conveniente económicamente.
El emplazamiento da ventajas a Uruguay, porque dispone de puertos de ultramar menos costosos que los nuestros. Desde el punto de vista de la distancia de las plantaciones hacia las fábricas existe un empate, toda la región conocida como la Franja Arenosa del Río Uruguay, que comparten ambos países, tiene similares condiciones naturales para el crecimiento de los pinos y eucaliptos.
Desde el punto de vista de la mano de obra, como el personal calificado lo traen desde sus países, tampoco existe problema, los no calificados necesarios se toman localmente y sirven como bandera promocional a la empresa por aquello de la generación de empleos.
Desde el punto de vista energético son autosuficientes, y el requisito excluyente, que es la necesidad de decenas de millones de litros diarios de agua dulce, podría satisfacerse desde ambas orillas.
Entonces afinando el análisis la respuesta aparece contundente: Uruguay estaba dispuesto a ceder beneficios fiscales extraordinarios que jamás les serían concedidos en Argentina, a saber: zonas francas para su emplazamiento, donde el país anfitrión renuncia a su soberanía territorial, excepciones impositivas asombrosas, liberándolos de impuestos internos, al valor agregado, a las ganancias y utilidades de la empresa, también quedan exentos de usar el sistema financiero local para sus transacciones que pueden ser facturadas y cobradas en Finlandia, etc.
Esto significa que a valores actuales y sin tomar la producción que tendría la tercera planta que se conversa por estos días, Uruguay renuncia a percibir más de quinientos millones de dólares anuales, en concepto de tributos varios, una cifra fabulosa que podría haber cambiado en forma significativa la ecuación de ingresos y beneficios del pueblo uruguayo.
En Argentina jamás hubieran recibido semejantes privilegios, de hecho sus equivalentes locales no los tienen, y mucho menos hubieran encontrado una sociedad tan mansa como la oriental que soporta en silencio sus permanentes abusos.
Con las reglas del juego existentes jamás vendrían a instalarse aquí, lo que si pretenden es comprar tierras, centenares de miles de hectáreas, para luego cruzar la materia prima sin elaborar, y procesarlas en sus plantas radicadas en zonas francas cedidas por Uruguay, dejándonos a nosotros los problemas sociales y económicos que generan, además de los ambientales.
Fecha:27/12/2016
Fuente: Diario el Día de Gualeguaychú, Entre Ríos Argentina.
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